Muy buenas a todos, y en especial, a MJFanatik.
La discrepancia en cuanto a opiniones vertidas en cualquier ámbito de la vida y, particularmente, en el que nos ocupa, no me ocasiona molestia alguna. Es más, se me antoja sumamente enriquecedor y apasionante el hecho de que puedan rebatirse aspectos en un debate sosegado y templado, en beneficio de la comunidad, aunque las posiciones se preserven inalterables. Todo ello, evidentemente, bajo el prisma del respeto mutuo y la tolerancia.
Acabo de revisar mi intervención previa y, aun manteniendo en líneas generales mi posicionamiento adoptado días atrás, puedo admitir que, tal y como has sostenido, no reparé señaladamente y con esmero en el matiz consistente en la consideración, por parte de algunos, de material discográfico como elemento decorativo, de coleccionismo artístico, más allá del ámbito puramente musical, como se ha reflejado en la edición que me has ilustrado fotográficamente -por otra parte, ya conocida por mí de antemano y, anticipo, muy elogiable y loable el que la dispongas y disfrutes en tu haber-. Con lo cual, todo aquél que haya podido sentirse agraviado o señalado por mi apreciación inicial, les emito mi más sincera muestra de disculpa.
Por otra parte, sin ánimo de extenderme en un asunto ya manidamente abordado con anterioridad en posts ajenos a éste -dedicado en exclusiva a Scream-, en lo restante, continúo manifestando mi postura en los términos en que la definí, fundada en criterios personales, con los que se podrá asentir, o marcar distancias, pero siempre teniendo presente consideraciones tales como:
1. La aprobación de este recopilatorio o cualesquiera otros pretéritos en el tiempo, o futuros por venir, no ha dependido ni depende de mí, sino del Estate. Con lo cual, y ante la carencia absoluta de margen de maniobra a la hora de incidir en tales lanzamientos, mi rol se circunscribe al de acogerme o no a su compra.
2. Los demás pueden -¡faltaría más!- optar por la elección libre y sin injerencias de cuanto estimen más oportuno obrar en relación con el nuevo producto: adquirirlo o no. Porque, en primer término, de su tenencia no se derivan perjuicios ocasionados a terceros. Y, segundo, tal y como recalqué el otro día, con el dinero administrado por cada uno/a cada cual puede proceder del modo en que mejor le convenga en cada caso.
Pero, comprenderéis, aun transigiendo con lo esbozado en los dos párrafos precedentes, que mi valoración personal -cada uno contendrá la suya, propiamente argumentada- del grado en que los responsables de gestionar el legado artístico de Michael Jackson pueda distar en sumo grado de la aprobación.
En resumidas cuentas, a modo de inciso final, la cuestión de mi desafección con la que el binomio Estate/Sony depara su tratamiento a todo cuanto se halla relacionado con el perfil artístico y musical de Jackson no reside en mi negativa, por definición, a nuevas publicaciones -en ese sentido, me considero una persona portadora de mentalidad abierta y flexible-. O a objetar, por minúsculo que se precie, cualquier atisbo de mejora manifiesta en los artículos que expongan al mercado, descalificando el conjunto final de la obra.
Sino que mis desencuentros son producto, más bien, del excesivo celo orientado al lucro, sin el debido sustento a un mínimo estándar de calidad deseable que, alguien como Michael, como figura determinante en la segunda mitad del siglo XX en la cultura popular de masas, debiera merecer.
Diréis que la iniciativa privada proyecta su razón de ser en, precisamente, la generación de beneficios. Sí. Y coincido con tal afirmación. Pero no obsta para que, simultáneamente, se garantice una solvencia capaz de proveer de la satisfacción adecuada a, en este supuesto dado, sus seguidores, en virtud de proyectos que se nutran, al menos, de una cierta lógica que los justifique, desde un punto de vista artístico. Y eso, señoras y señores, también se puede conseguir sin Michael Jackson presente. Únicamente, siendo empleada una relativa dosis de vocación, sentido común, entrega, convicción y amor por el trabajo bien hecho.
Artefactos como The Experience (aun con matices), o Bad25, se hallaron, en general, bien concebidos. Pero todos los trabajos conocidos desde 2009 -inclusive, algunos con anterioridad al trágico deceso de Michael; un problema que se conlleva cronificando, quizá, desde 2001 en adelante- han compartido un mismo diagnóstico: planificación precipitada y no suficientemente meditada; ley del mínimo esfuerzo; afán de complacer a determinados caladeros de audiencia improbables de satisfacer; y coaligación con personajes tendencialmente populares con los que sonsacar tajada en cuanto a promoción y ventas, sin conseguirlo en absoluto, o no plenamente -Pitbull, por ejemplo-.
La huella imborrable de Michael Jackson ya forjó su senda mientras permaneció en activo, en base a las plusmarcas, cifras y rasgos indelebles que hicieron de él una leyenda. Prosigue permaneciendo intacta. ¿Dónde? En la sección de discos en los centros comerciales y grandes almacenes; en las redes sociales -Youtube, Spotify y derivados- y, por encima de cualquier otra consideración, en la millonada de referencias a su trayectoria en Internet, buceando su nombre en cualquier buscador. Quien ambicione saber de él, ahí tendrá la respuesta a todas sus inquietudes.
Póstumamente, pueden adicionarse a las muescas que en su revólver de éxitos atemporales se nos prodigó, a las nuevas generaciones, nuevos trabajos, de toda índole. O no mover ni un dedo. Suficiente y abundante material ya nos confirió, grupalmente con sus hermanos o en solitario. Pero siempre, anteponiendo la calidad al nombre. Como él mismo declaraba. Y yo añadiría: al número. Así, mejor un grandísimo y excepcional recopilatorio por editar, que múltiples, fragmentados y que simplemente difieran en la carátula de la portada. Una notable reedición para el recuerdo, que brinde de euforia a todos los presentes, que otra empañada por remixes. Un álbum de temas inéditos en que, siendo o no objeto de ajuste, en función de cada pista, se vele por un resultado global excelente, de modo que cada canción responda al nivel de exigencia de alguien como Michael, aunque él, como es natural, no tome partido final en el mismo. Y eso, señores, es posible. Porque la calidad no es patrimonio exclusivo de nadie, sino de quien se afana, en todo proceso productivo, en procurar aproximarse a ella o, como mayor consuelo, intentarlo. Asumiendo galones de productor, ingeniero de sonido, batería, etcétera, y así, hasta alcanzarse el puesto de menor graduación en un equipo de trabajo discográfico/musical que, se presupone, de vanguardia y élite.
En definitiva, no porque contengas cien recopilatorios editados periódicamente en tu catálogo gozarás del privilegio de la perdurabilidad en la retina de cualquier amante de la buena música. Sino de una terna selecta, consistente y robusta, aunque no exceda de los -pongamos- quince, veinte, treinta ejemplares. Pero que siempre estén ahí, al alcance de todos, plenamente reivindicados y en boga. Ésa, para mí, es la variable que marca la diferencia entre una óptima y razonable gestión, y otra que se desmarca de dicha estela.
Ojalá con Prince y George Michael no suceda lo mismo que a Michael le ha correspondido, y muy a su pesar, en los últimos años.
Ahora sí, ultimo mi réplica -y no volveré a intervenir en relación con ello-, pudiendo ustedes proseguir disertando acerca de Scream, tema de referencia en este post.
Un cordial saludo.