Buenos días,
Considero, en primer lugar, que debo consagrar una disculpa por el tono, impropio en mí, adoptado durante mi intervención días atrás en el tema '¿Qué opinas de la monarquía española?'. El primero, a pussycontrol, moderador del mismo, quien, a pesar de agradecer con un 'Me gusta' (uno más a añadir a la colección de todos los que me brinda; ¡le debo tantos 'Likes' a estas alturas de nuestra andadura, que no sabría el modo en que agradecérselo infinitamente como cumplido: quizá, decirle que le aprecio mucho, haciéndoselo saber de vez en cuando, por estimular mi mente a través de sus reflexiones, mientras saboreo, en los escasos ratos libres que me permite disponer mi agenda, una taza de cacao soluble sostenida entre mis manos) mis palabras de entonces, creo que no actué con tino y justicia, pues puede, en base al ejercicio de la libertad de expresión, resucitar temas motu proprio, o conminando a los demás a que también se pronuncien sobre ellos, por mucho que el tema se revele espinoso, o bien, pueda generar polarización (más allá de la ya existente en la sociedad de nuestro tiempo, convulsa de antemano).
Una conocida -y de reciente emisión, todavía en abierto y con capítulos por cubrir- serie de televisión, relativa a la Familia Real, está contribuyendo a dotar de conocimiento vox populi algunos entresijos y vicisitudes, hasta entonces opacados por los medios de comunicación, de la regia dinastía que, con algunos lapsos de interrupción, ha gobernado los designios de este país desde 1700.
Y me parece muy bien. Lo saludo, y celebro por descontado. Pero agrego lo siguiente: yo, y otros en mi análoga situación, portadores de información privilegiada, ya teníamos constancia de todo ello desde tiempo inmemorial. Por recato, decoro y discreción -amén de la Ley Orgánica 4/2015, de 30 de marzo, de protección de la seguridad ciudadana, o Ley Mordaza, como popularmente se la reconoce comúnmente por el conjunto de la ciudadanía-, lo poco que podíamos entrever a terceros de las interioridades de Palacio era respondido con sorna, desdén, o, inclusive, escepticismo, cinismo y, por qué negarlo, rechazo a aceptar algo que, con el devenir de los años, ha terminado revelándose cristalino a ojos vista de cualquier espectador independiente.
Por ese motivo, episodios como el de Sanxenxo de hace unas semanas, en la Galicia perdida que un buen día novelara sobre ella Ramón María del Valle-Inclán, no me inducen sino al oprobio de contemplar cómo una parte de España continúa incólume expresando una deferencia social mal entendida, cual vasallo hacia su señor, como en Los Santos Inocentes de otro gran literato, Miguel Delibes. Indignación que se acrecienta, máxime si tenemos en consideración el comportamiento nada ético -y sin remordimiento de trasfondo- del protagonista de todo el embolado, pasto del escrutinio de la prensa nacional y -tristemente-, también, más allá del de nuestras fronteras.
Así que, cuando sostenía el otro día que no podía opinar, obedece a la asunción de los riesgos que se derivan de que alguien se pronuncie sobre la Corona, cuya mínima descalificación, aun fundada en elementos de juicios ciertos, incontestables, inapelables y razonados, sobre el cuestionable -o mal- proceder de sus miembros, podría comportar, incluso, pena de prisión para quienes se hallaran imputados por dicho delito de "injurias" a la mencionada institución.
¿Qué hemos sabido en los últimos tiempos, de parte de los mass-media? Que Alfonso XIII fue uno de los pioneros en la producción del cine porno patrio, por ejemplo. Y que sus ascendientes -Isabel II, Alfonso XII-, o descendientes -el propio nieto, a quien prefiero catalogar como dEmérito-, han profesado una tentación irrefrenable hacia los escarceos de alcoba más variopintos; que al hijo de don Juan lo catalogaban los falangistas, en los años cincuenta, contrarios a su designio como sucesor de Franco, como bobo, por su aparente cortedad intelectual; que el principal afán que tuvo desde muy temprano fue, por encima de cualquier otra consideración, el de amasar una ingente fortuna personal, a fin de no "pasar hambre ni penurias", a la usanza del exilio en Estoril. Y bien sabemos, por mucho que hayan prescrito -por la Justicia española, eso sí; no, por la británica- sus delitos fiscales, que lo fue consiguiendo. ¿Cómo? Con el beneplácito cómplice, durante décadas, de una prensa y de un estamento político (el que más, Felipe González) y empresarial que le rieron las gracias, posicionándose de perfil, dejándole hacer y maniobrar, sobre todo a partir de su presunta aparición providencial en la paralización de los preparativos de un golpe de Estado, el del 23-F, abortado a última hora por mor de su comparecencia televisiva. De ahí que, más allá de la inviolabilidad que la Constitución le reconoce, fue sintiéndose ajeno a cualquier cortapisa que refrenara sus ímpetus más insaciables, deviniendo en cuasi total y absoluta impunidad, rasgo fatal para un cargo, el de la Jefatura del Estado en una monarquía parlamentaria, en la que sus posibilidades de legitimidad -y subsistencia en base a la misma- descansan en el ejercicio ejemplar, honesto y transparente de su desempeño UNIPERSONAL como poder arbitral y moderador de las instituciones. Si el titular que lo personifica se desvía flagrantemente como símbolo de tales deberes constitucionales, ¿cómo es de esperar que actúen los ciudadanos, si desde la cúspide en la esfera de poder al más alto nivel institucional no se predica con el ejemplo? Pues que la base sobre la que se edifican los cimientos de ese edificio, en resumidas cuentas, se resquebrajará y agostará, amenazando derribo. Pero, para ello, se precisa de una opinión pública vigilante, consciente, despierta y viva: incomprensiblemente, salvo por una minoría residual, se ha asistido a una naturalidad degradante la asunción de la ponzoña de tales excesos. España, socialmente considerada, conlleva aletargada en su ensimismamiento bastante tiempo ha. Y ello me aflige y preocupa.
Se puede ser monárquico -aunque no entienda que alguien, en pleno siglo XXI, justifique la representación otorgada en clave hereditaria, y no exigible por medios electivos, o conforme a la meritocracia-, o republicano, pero, nunca, nunca, connivente con cualquier mala praxis que se precie dada. Afecte a quien aqueje, con independencia de su mayor o más atenuada gravedad.
¿Qué puedo alegar más, que el respetable medio no sepa todavía? Lo afirmaré crípticamente, en clave; y que cada cual, indague, sin comprometer a nadie: Sandra Mozarowsky; Toledo, 1976; huida a la India en ese mismo año (y posterior retorno a nuestro suelo); forcejeo (y no dialéctico, de palabras, sino físico) con el Presidente del Gobierno de la época; el porqué del hecho de que fuera el hijo menor el predestinado a la sucesión, y no, en teoría, la primogénita, prescribiéndose de ese modo en los ásperos y vivaces debates mantenidos por la Comisión Constitucional entre los años 1977 y 1978; cuanto aconteció en los pasillos del Congreso de los Diputados en 1992; quién es la Ficticia; David Tejera; la verdad sobre la preparación, las amistades y los deseos de reinar del heredero; los asistentes a los fastos de entronización de 2014; el pasado de la Reina Consorte, y qué gran secreto esconde; el clan familiar de la Reina Consorte, y qué acontecimiento bochornoso para el crédito personal de una de sus allegadas tuvo lugar en una Universidad; la educación que está recibiendo la futura monarca; la máquina de facturación de billetes; el dispensario de yogures de sabores de toda combinación, único en el mundo; el verdadero carácter del antaño Príncipe de España... Y, así, un largo etcétera.
En fin... ¿Me habré expuesto demasiado? Como decía aquél..., hasta aquí puedo citar.
Un saludo, y muchas gracias por vuestra atención.