Ha estallado el corazón del pueblo obrero de Madrid
AMANDA FIGUERAS
MADRID.- Ha estallado el corazón del pueblo obrero de Madrid. El Pozo del Tío Raimundo, Santa Eugenia, Atocha, tres barrios de la capital con solera, con historia, con aires de sufrimiento y gotas de sudor en el aire de sus calles.
Los atentados de la mañana del jueves rompieron la dura tranquilidad de las vidas de muchos vecinos, incrédulos ante lo que vivían, impotentes y desarmados. Desalmados y rotos. Juan, Manolo, la Paca, el Cheli. Ellos han sido el objetivo de una violencia inexplicable, ellos que, como dicen "no son nadie".
Los trenes iban llenos de esa gente que entra a trabajar tan pronto. A esa hora, los vagones están a rebosar, con mujeres y hombres haciendo equilibrios entre las hileras de asientos, con el abrigo en una mano, y la bolsa de la comida en la otra porque, a la mayoría, le toca comer de tupper.
Y les toca, o les tocaba, pelear por todo, porque desde el Sur las voces se pierden de camino al Norte. Precisamente, en el Pozo, estuvieron muchos años luchando por conseguir que les hicieran una estación de tren. No querían ir andando hasta la de Entrevías.
Tener una estación tenía muchos significados. Les daba fuerza como barrio y era recibir un privilegio a los que no están acostumbrados por aquellas latitudes. Después de que se construyera la Asamblea de Madrid, los vecinos se ganaron el derecho a una estación. Desde hoy, el paso de cada tren ya no querrá decir lo mismo.
Vidas a trompicones
A trompicones se explica la vida de esos barrios y, casi siempre, la de los que en ellos viven. Muchos españoles vinieron a Madrid desde Andalucía y Extremadura hace años en busca de un futuro mejor, de un trabajo. Eran cientos de obreros que ni soñaban con pagarse una casa en la capital, de modo que, de camino, se iban parando.
La tierra en el Sur de Madrid era más barata. Por las noches, los que ya estaban instalados ayudaban a los nuevos a levantarse una chabola: "Si por la mañana había debajo de un tejado una mujer y un niño, la Guardia Civil no te podía echar."
Pasó el tiempo y nació La Celsa, un poblado gitano al lado de El Pozo que, además de perjudicar la imagen exterior de la zona, llevó la droga a un paso de las puertas de los trabajadores.
Esa es la historia que hay debajo de las miles de viviendas de protección oficial que se construyeron según se derribaran las antiguas "casas bajas, que no chabolas", dicen. Allí vivió y murió el padre Llanos, un jesuita que siempre tuvo la puerta abierta para ayudar a todos: yonkis, putas, padres, madres, con el denominador común de la falta de recursos.
¿Quiénes eran esos que se han ido? Muchos, nietos de aquellos que hicieron el cemento de sus paredes una noche cualquiera. Muchos, inmigrantes. Muchos, la primera generación de estudiantes universitarios de sus familias. Muchos padres y madres trabajadores, muchos jóvenes, eso eran.
Pese a la imposibilidad de ponerle cara al enemigo todos tienen la misma pregunta en sus cabezas: ¿por qué? ETA ya atentó muy cerca hace años, en el Puente de Vallecas. De aquel momento nadie olvidará los gritos de un joven que los llamaba hijos de puta. ¿Y de éstos? Que nada se olvide.
[elmundo]