Una Historia... Real (ocurrida en Chile)
Crónica de una discriminación
Pasada la medianoche del sábado 16 de junio llegamos al antro musical de la discriminación: Cuttos, también conocido como un bar karaoke ubicado en Santa Filomena 132.
En un grupo de más de diez personas, mi guapa novia y yo nos confundíamos con la heterosexualidad de nuestros amigos. Creo que por eso la dueña del local nos dejó entrar con una gran sonrisa. La dinámica del karaoke consistía en que todas las mesas competían cantando una canción. Desde el escenario animaba una mujer cuya imagen coincidía con el prototipo lésbico más reconocido en el imaginario colectivo: actitud, ropa y peinado masculinos.
Después de un beso poco llamativo que Esperanza, mi novia, me dio antes de ir al baño, la animadora bajó de su escenario, me tomó de la mano, me llevó a la entrada y me dijo: “yo también soy lesbiana”. Mi desconcierto me alcanzó apenas para sonreír. “Y me parece súper bien que tengas novia pero no te puedes besar acá”, agregó. Ya que no llego a sentirme discriminada con facilidad y tengo también dificultades para seguir instrucciones absurdas, mi respuesta fue dar media vuelta y dejarla hablando sola.
Continué mi noche bailando, cantando y, por supuesto, besando de vez en cuando a mi novia. La segunda arremetida fue de la dueña del local. Y esta vez con Esperanza. “Mira, este no es un bar gay, así que aquí no te puedes besar con tu novia”, le dijo a Esperanza, quien después de acusarla de discriminadora se retiró consternada a buscar al apoyo de nuestros amigos. Cuando le pedí explicaciones a la dueña, me contestó: “Lo hago por ustedes, para que no les pase nada, porque a los clientes les molesta la homosexualidad”. Ya que según sus palabras, la culpa no era de ella, si no de su clientela homofóbica, me fui en busca de los responsables de no poder darle un beso a mi novia –acto difícil de evitar pues es una chica muy guapa y encantadora- como haría cualquier pareja heterosexual. Mesa por mesa pedí atención y repetí el mismo discurso: “Hola, que tal. Les cuento que tengo una novia y la dueña de este local me echó la foca porque le di un beso. Dice que es porque a ustedes les molesta. ¿Hay alguien acá a quien le moleste que yo bese a mi novia?”.
Entre todas las respuestas que recibí no encontré ninguna que nos condenara a Esperanza y a mi a arder en el infierno por estar juntas. Al contrario: “es su vida, hagan lo que quieran”; “obvio que no nos molesta”; “si les vuelven a decir algo nos vamos todos”; “no hagan caso de la ignorancia de la gente”.
No nos fuimos, y para dejarle súper claro a la dueña del local que “lo que opinen los demás está demás”, con nuestro grupo de amigos pedimos cantar en el escenario la típica “Mujer contra mujer”, que a pesar de estar entre las posibilidades de temas a escoger, se nos negó. Y lo que no pudimos hacer con Mecano, lo intentamos hacer con Alaska: mi novia le empezó a cantar a la dueña “a quién le importa lo que yo haga, a quien le importa lo que yo diga, yo soy así, así seguiré, nunca cambiaré”, pero fue raudamente censurada. La animadora lesbiana le cortó la canción antes de que terminara. Esperanza y yo nos quedamos, seguimos bailando, cantando y besándonos, sin que nadie se ofendiera por ello, a pesar de las “advertencias” de la dueña del karaoke. De todas formas, nos parece que recibimos un trato absurdo y humillante y, que ninguna persona, por más que le guste cantar, debería ir a un lugar administrado por gente con notables carencias de criterio y sentido común.