Aquí está la 3ª parte.
...A partir del 12 de febrero de 1992, Michael pasa del Hemisferio Norte, en el cual se encuentra la ciudad de Oyem, al Hemisferio Sur, donde regresa a Franceville. Allí, vamos a vivir la milagrosa experiencia del verdadero retorno a los orígenes, con el descubrimiento del majestuoso valle del Ogooué. Los dos estamos fascinados por la belleza serena de esta cuenca fluvial que constituye una gigantesca reserva de agua.
Así, Michael descubre Franceville, sus altas mesetas, sus cataratas de agua, sus cañones. Aquí es donde voy a asistir a una escena alucinante. Los Pigmeos se han desplazado para verle, ellos que habitualmente no abandonan jamás sus chozas redondas. Jamás han visto a tanta gente junta en la Plaza de la Independencia. Mientras que un grupo de bailarines fascina a la estrella, sobre todo a través de los tambores excepcionales, la naturaleza africana retoma sus derechos: Una lluvia tropical cae sobre el público, precedida de rayos y truenos. Es como una señal para el delirio de la danza. Los Pigmeos comienzan a agitarse cadenciosamente delante de él, mientras que la megaestrella, subida a un taburete en la jungla, como un jefe de tribu, ¡baila mirándoles en lugar de quedarse sentado!
Esa misma noche, Michael Jackson decide que pasaremos la noche en la selva. Nos quedaremos en el corazón de África, con quien actúa ya como un fetichista que comienza a reconocer los resortes de la hechicería y sus efectos. En el hotel Lekoni Palace, Michael Jackson no duerme. Sin duda sabe ahora que los Bakotas, etnia del norte de la región, cuentan que mientras están dormidos ¡se metamorfosean en panteras! Quizás ha aprendido que el papagayo gris gabonés con la cola roja de Port Gentil es el que imita mejor su timbre de voz.
Esa noche, para cenar, Michael ha cambiado de dieta y pedirá, por primera vez, pollo con bananas fritas finamente cortadas.
Le he dejado a las diez de la noche. Parece que a las tres de la mañana, ha despertado al jefe de cocina para pedirle pan y que al alba, se ha hecho llevar un desayuno con cereales. A las siete de la mañana, cuando salgo a mi balcón, tengo como una aparición. Él está allí, también, sobre su balcón circular, apoyado de perfil, como una figura de proa en África, silencioso y tranquilo, escrutando el alba rosada, sobre un paisaje reverdecido por la estación de las lluvias, bañado por un manto de niebla azulada.
Por la mañana le lanzo un “Mbolo” de bienvenida y Michael me responde con un “Samba” fuerte y amable.
Algunas horas después, le reencuentro en la recepción del hotel:
-Cuando te vi esta mañana en tu balcón, de perfil con el fondo de la aurora, fue como un cuadro. No es por halagarte por lo que te digo esto pero por la progresión de la luz en ese instante mismo, me ha hecho pensar en la frase de Leonardo da Vinci: “Mira la luz y admira su belleza. Eso que has visto primero ya no está más, lo que verás después no existe todavía”.
Un silencio. Después me dice Michael:
-Justamente, así es mi pasión por la pintura y el modo en que me aproximo a ella. Estudiando las pinturas de Poussin he aprendido a desafiar las primeras impresiones. En un paisaje, lo que ves no es lo que es. La mayor parte de las veces, lo que está pintado es aquello que hay entre el motivo y tú.
Él hace alusión a la pintura de Nicolás Poussin, a quien se debe la decoración del Palacio de Luxemburgo en Paris.
-Tú eres bastante misterioso…
-Sí, porque Poussin lo era también. Él estaba incontestablemente iniciado en los secretos esotéricos y todos sus cuadros tienen una relación con la muerte y el más allá pero bajo una forma simbólica oculta en sus composiciones y en la actitud de los personajes.
-Se trata para ti entonces de una pintura codificada, pero, ¿para explicar qué mensaje?
-Que el mundo es efímero y el hombre es minúsculo ante la grandeza de la naturaleza.
-Entonces ¿Poussin es clásico o no lo es?
-Clásico en su modo de pintar, nada clásico en su modo de aproximarse a los misterios de la vida y de intentar transmitírnoslos.
- Perdóname Michael, pero está un poco confuso, ¿puedes precisarme en qué modo están codificadas sus telas?
-¿No has destacado tú que en su obra, Nicolás Poussin utiliza cifras, símbolos y jeroglíficos? Todo eso para enseñarnos en la práctica la razón que desemboca en la sabiduría de la felicidad.
-Pero a ti, Michael, ¿Qué te ha aportado personalmente la pintura de Poussin?
Me responde de perfil. Un perfil perdido delante del paisaje…
-Que solo la ausencia de pasión nos puede asegurar la ausencia de sufrimiento.
-¿Qué piensas cuando contemplas la pintura Los Pastores de Arcadia?
-¡Que gracias a Nicolás Poussin tengo una habilidad con la decoración y un lugar en el cosmos!
Qué pena que Nicolás Poussin no haya estado a nuestro lado para aclararnos nuestra conversación. Él nos hubiera dicho:
“Los colores en la pintura son los señuelos que persuaden a la vista, como la belleza de los versos en la poesía”. Él nos hubiera explicado por qué “la pintura no es otra cosa que una idea de las cosas inmateriales”. Nos hubiera indicado su regla: “De la mano del pintor no debe salir ninguna línea que no se haya formado antes en su espíritu”. Él no nos habría ocultado su obsesión por la perfección: ”Aquello que vale la pena ser hecho, vale la pena que sea bien hecho”. Ni disimulado su pequeño defecto: “Mi naturaleza me obliga a amar y a buscar las cosas bien ordenadas”. En definitiva, nos hubiera revelado en qué era su arte vanguardista: “La novedad en la pintura no consiste en un tema aún no visto, sino en la buena y nueva disposición y expresión, y así, de vulgar y viejo, el tema se convierte en singular y nuevo”.
-¿Puedo ahora asombrarte en mi turno, sorprenderte y quizás también confundirte? Me dice Michael con una ligera risa.
- No pido otra cosa.
-¿Sabías que Nicolas Poussin había pintado a su manera La Cena de Leonardo?
-No, lo ignoraba.
-¿Sabías que ha pintado por dos veces La Cena para su serie “Sacramentos”?
-Para nada.
Triunfante y dichoso, ¡Michael iba a vencerme con la revelación fatal!
-¿Conoces El Diálogo de los Muertos escrito por Fénelon (François Fénelon), preceptor del joven duque de Borgoña, hijo de Luis XIV, en el que él imagina un diálogo sobre la pintura oponiendo Poussin a Vinci?
Le sonrío. ¡He aquí un viaje que comenzaba bien!
Michael Jackson, quien no ha ofrecido una entrevista desde hace diez años, me habla a menudo por la tarde, teniendo en su mano derecha su biblia encuadernada en negro. Siempre sus maneras frágiles y sus sonrisas seráficas que contrastan con la brutalidad de sus guardaespaldas. Enseguida me hace esta confidencia: “La gente cree que me conoce, pero yo soy una de las personas más solitarias del mundo. Tengo una relación con el tiempo que, sin duda, no es fácil de comprender. Soy un alma vieja en un cuerpo joven”.
¿Tiene pasión por los libros? En su casa, en California, se sumerge en obras de filosofía, de medicina, de historia y de arquitectura. Es también un gran amante de las biografías históricas. Sus personajes preferidos son hombres de libertad: el marqués de La Fayette, con quien comparte el signo del zodíaco, Virgo; Abraham Lincoln, del que posee una réplica de su alta silueta con forma de robot en su casa de Encino, castillo californiano rosa y ocre que podría creerse florentino; Nelson Mandela, el hombre que ha dicho: “Nosotros no somos todavía libres, estamos alcanzando tan solo la libertad de serlo”. Sin olvidar al soberano de su corazón, su rey culto, aquel que jamás le ha dejado de fascinar: Luis XIV, El Rey Sol.
¿Qué es lo que te gustaba de la época de La Fayette? Pregunté a Michael.
-Cuando has hablado de él en televisión, me he quedado impresionado por su destino doble y contrario: La desgracia y la riqueza que caen las dos al mismo tiempo en un chico de catorce años: ¡Se encuentra al mismo tiempo huérfano de padre y millonario por herencia!
-Sí, pero lo que es también notable, es la velocidad a la que se dibuja su destino. A la edad de seis años ya está casado con la mujer de su vida. A los diecinueve años, George Washington le hace mayor general del ejército de los Estados Unidos. A los veinte años, es más célebre en Francia que en América, por eso le han llamado el Héroe de los Dos Mundos. Y además el modo en que ha vivido su ideal y conducido todos los combates de la libertad es vanguardista: Ha defendido a los indios y a los negros en América como a los judíos y a los protestantes en Francia.
-¿Tú piensas que realmente ha ayudado a los Indios?
-Es cierto. Los historiadores nos cuentan que él ha estudiado la cuestión india con el gobernador del Estado de Nueva York de la época. Y no me vas a creer, ¿sabes cómo se llamaba ese gobernador? Se llamaba Clinton.
Encadeno preguntando a Michael la naturaleza de su admiración por Lincoln.
-Porque se ha podido decir de él que era un “leñador convertido en rey”. Él es uno de esos raros presidentes de los Estados Unidos que han nacido en una cabaña de troncos. Sus compañeros de escuela le llamaban Abe. Se burlaban de él a causa de sus grandes pies: ¡usaba el cuarenta y seis! Y además, como tú y yo, adoraba navegar por los grandes ríos. ¡En su juventud se atrevió con los descensos del Ohio y del Mississippi!
(Gonzague)-Tú has conocido a Mandela, ¿qué impresión te ha dado?
(Michael)-No se puede más que estar impresionado por un hombre que después de veinte años en la cárcel desprende tal serenidad. Además de que es el más grande de los demócratas, yo lo encuentro real (de realeza). Y no estaba muy lejos de la verdad porque he sabido más tarde que era hijo de una familia soberana de etnia xhosa. Su bisabuelo era rey del pueblo thembu, uno de los hijos del rey que se llamaba Mandela fue el bisabuelo de Nelson Mandela.
-En cuanto a tu devoción por Luis XIV, ¿puedes explicarla?
-Serías más bien tú quien tendrías que hablarme del rey más grande que ha conocido Francia. Por cierto, a propósito de esto tengo que hacerte una pregunta. ¿Es verdad que perdió todo su cabello a la edad de veinte años?
Yo había podido medir ya la extensión de los conocimientos de Michael pero ahora estaba verdaderamente pasmado. ¿Cómo podía él conocer la historia de Francia hasta esos detalles?
-Sí, es verdad, él había ido a la guerra contra los Países Bajos, al asedio de Dunkerque y Bergues, pero contrae en esta campaña una terrible fiebre tifoidea. Estaba terriblemente debilitado, se había creído que iba a morir. Cuando por fin se levanta, había perdido todo el cabello. Y es entonces cuando comienza a llevar peluca para ocultar su calvicie. La peluca tenía agujeros por los que dejaba escapar algunos mechones que le quedaban. Instala además junto a su habitación en Versalles el gabinete de las pelucas, a donde iba a buscar la peluca para la misa, la peluca para la caza, la peluca para la cena.
-¡No se ha visto dos como él –me dice Michael- es verdaderamente único¡
-Desengáñate, en tiempos de la colonización, aquí mismo en la confluencia del Ogooué con el Ngounié, había un soberano negro, N’Combé, con el sobrenombre de el Rey Sol. Parece que tenía un aspecto infernal: estaba vestido con un inmenso traje de dormir de popelina escocesa con cuadros negros, enteramente desabotonada, a fin de dejar ver su camisa blanca sobre la cual brillaba un broche con tres grandes diamantes tallados en Hamburgo. Su taparrabos, de un rojo brillante, era un poco más corto de lo que la decencia hubiera querido. Alrededor de su cuello, bailaba una amplia corbata hecha de una vieja cortina. Tenía en la mano un palo de tambor y su cabeza estaba adornada por un sombrero tipo “sartén con mango”.
-¿Es verdad que en Versalles ha habido un elefante gris venido de África?
-Sí, y además es una historia poco conocida. ¡Otra vez mis felicitaciones! Este animal había sido ofrecido al Gran Rey por los Portugueses en 1668; venía del Congo y tenía cuatro años. Se le condujo a la casa de fieras de Versalles donde vivió trece años. Se convirtió rápidamente en uno de los más perfectos cortesanos de Su Majestad. Desde el momento en que Luis XIV se acercaba solo hacia él y le acariciaba, él lanzaba bramidos de alegría y le hacía toda clase de gracias con su trompa. El elefante real se hizo célebre en Paris y los pintores más renombrados se disputaron el honor de pintar su retrato. Pero a uno de ellos, se lo tomó a mal, y habiendo llenado su trompa de agua, la salpicó al artista y al cuadro. Enseguida, achispado por el favor del rey, se convirtió en peligrosamente vindicativo y, habiendo juzgado que uno de sus cuidadores le había faltado al respeto, lo cogió con su trompa, le dio vueltas en el aire y lo destrozó sobre el suelo.
Michael ha sido siempre un loco de las películas, amante del séptimo arte, y el gran proyecto de su vida era realizar un inmenso film sobre el mundo. ¿Sus películas fetiches? El Hombre Elefante: ha intentado adquirir los restos de John Merrick, conservados desde hace un siglo en el Hospital de Londres. Por supuesto E.T., de Steven Spielberg, convertido en amigo: “Su historia, es la historia de mi vida, por todos los lados, E.T. se siente extraño, quiere ser aceptado y se siente a gusto con los niños”. Confesión de un mutante del siglo: “Me siento extraño en la vida con la gente que me rodea a diario. Es una cosa que trato de superar”. En África lo ha conseguido. En Gabón, en una fusión de todos los instantes con el continente negro, ha recorrido más de cuarenta etnias, saludando en un silencio espléndido su propia prehistoria, porque los gestos fraternales que él ha dirigido a las multitudes eran recibidos por cada africano como un mensaje personal.
Michael es ese soberano niño que ha encontrado en la reserva de Wonga-Wongué a su nuevo amigo. Junto a elefantes, búfalos, sitatungas (antílopes) y gorilas, él ha escogido por compañía a un bebé chimpancé en recuerdo de su querido Bubbles. Como le pido que me enseñe al animal, me explica que es imposible: “Cada vez que pasa a otros brazos distintos a los míos, tiene miedo y empieza a morder”.
Me habla de la existencia en la tierra, de la vida después de la muerte y de uno de sus temas preferidos: la reencarnación. Es entonces que me atrevo a hacer la pregunta del tiempo:
-¿A qué edad desea usted desaparecer?
Y es con despreocupación que el Peter Pan de fin del siglo XX, con aspecto de cantante feliz, me responde sonriente, visionario sin saberlo:
-¡A los cincuenta años!
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Los reencuentros de Michael con África –a donde él solo había venido nada más que una vez, a Senegal, en 1972, con sus padres y hermanos en tiempos de los Jackson Five- eran verdaderamente un regreso al paraíso.
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Los viajes son una sucesión de instantes de verdad. Yo no me canso de observar a Michael. Él tiene siempre ese gesto extraño de pinzarse la punta de la nariz con los dedos o de llevarse a menudo su índice derecho a su mentón. Miro las manos del cantante que, en contraste con su rostro, han conservado las huellas de su viaje por el tiempo. Sus venas están hinchadas y más bien transparentes: es por ahí que corre el ritmo loco de un África de vuelta bajo una piel americana. Comprendo entonces por qué se ha podido decir de él que era a la vez un hombre muy viejo y un joven niño.
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Michael pasa de la selva ecuatorial a la zona de las sabanas. Sobre las mesetas batekes, está tan hechizado por la belleza de las mujeres muy esbeltas y de caras finas como seducido por el juego de piernas de los bailarines.
Aprende que el fetiche es la voz de los ancestros, un objeto que relaciona con los espíritus. De esta manera, el trabajo del artista no vale nada si no está acompañado por la colaboración del hechicero.
Michael también resulta ser un hechicero tan pronto como procede a la difusión de su música. Entre las fibras, los espejos, las resinas, todos esos elementos orgánicos poseedores o conductores de la fuerza, el cantante de Thriller comprende el sentido de las prácticas rituales.
Michael Jackson considera volver a venir al ecuador para rodar su película Back to Africa, back to Eden (Vuelta a África, vuelta al Edén).
Él sueña con inmortalizar el recuerdo de los Pigmeos de la región de Woleu-Ntem, tan tímidos habitualmente que se quedan escondidos en sus chozas redondas. Querría recobrar el eco de la campana de Colmar que cada tarde a las ocho y media daba el toque de queda en Lambaréné en casa del Doctor Schweitzer. No ha olvidado la visita de la misión católica Santa Teresa donde un padre negro con sotana blanca le esperaba en la puerta de la iglesia con una coral de niños, ni ese momento de comunión en que le ha confiado su credo: “Trato de ser puro e inocente como era Jesús. Soy la unión entre lo humano y lo divino y trato de transmitirlo por el mundo”.
Michael Jackson, después de ser condecorado por el presidente Bongo con la Estrella ecuatorial, volará doce días más tarde por la Costa de Marfil y después por Tanzania. Su amigo Ali Bongo, entonces diputado –hoy día elegido presidente de la República gabonesa-, explica así el sentido de su viaje: “Si Michael ha deseado este primer contacto con África, es porque desde hace tiempo, imagino, él quiere hacer alguna cosa por el continente. Para este ciudadano del mundo, era una visita de solidaridad y de esperanza. Él no podía medir la extensión de su popularidad bajo los trópicos, que le ha dejado muy sorprendido y muy contento, lo mismo que se ha sorprendido porque se le ha reservado en nuestro país la acogida destinada habitualmente tan solo a los jefes de estado tradicionales. Michael Jackson había proyectado, deseado y madurado desde hacía mucho tiempo esta visita. Viniendo al África de sus antepasados ha vuelto a su origen”.
En el palacio presidencial, antes de que acompañe a Michael en su expedición en la selva, en su descubrimiento de los Pigmeos y en nuestro descenso del rio Ogooué, el presidente Omar Bongo me lleva aparte. Tiene algo que decirme. Me susurra estas pocas palabras al oído: “Los africanos son conocidos por tener una profundidad histórica que les permite integrar en el presente su pasado y su futuro, estar contentos también con antepasados que están abiertos a los contemporáneos y a los profetas. El regreso de Michael Jackson se inscribe en esta tradición de abolición del tiempo y de integración en el espacio que hace que, por medio de su música, sintamos ya que él no nos abandonará jamás”.
Continuará...