Las razones por las que el álbum Invincible, en marcado contraste con respecto a sus lanzamientos previos en solitario, no haya prendido musical, ni culturalmente, en el sentir colectivo de la opinión pública, tanto en el momento de su gestación y consiguiente puesta de largo, como desde entonces, y así hasta nuestros días, no cabría imputarse a un único factor, sino a una recombinación de variables, las cuales, conjugadas de manera conjunta y coordinada en un intervalo de tiempo muy próximo, cuando no coincidente, terminarían redundando en un desenlace poco venturoso para las expectativas que la crítica especializada y la comunidad seguidora habían alumbrado en relación con la reaparición, largamente anunciada y esperada, de Jackson, tras un hiato de algunos años de barbecho y retirada estratégicamente calculada, mientras se reponía de los esfuerzos invertidos, como venía haciendo desde mediados de los ochenta, entre un proyecto y su continuación posterior. He aquí, en mi opinión, las claves del fenómeno aquí apuntado:
Más que por la tan señalada carencia de promoción, que la hubo -aunque en dosis marcadamente limitadas y testimoniales, si nos ceñimos a los estándares del solista que nos ocupa, cuyas campañas de mercadotecnia y publicidad, hasta 1995, alcanzaban un grado de difusión largamente anhelado como objeto de ensoñación por muchos otros cantantes y/o grupos, quienes, por contra, carecían de los recursos e influjo necesarios para hacer llegar su obra a una audiencia masiva por tales medios-, deberíamos aducir como uno de los elementos clave en la escasa visibilidad del último disco de estudio en activo de Michael la deficiente presencia del mismo en las estaciones de radio a través de la publicación de sencillos, fórmula que, en 2001, todavía se presumía quintaesencial en el éxito comercial imputable a un trabajo discográfico con visos de una cierta proyección y recorrido en los circuitos comerciales, con los que ir captando la atención y el interés del oyente en las canciones recién estrenadas, familiarizándose con ellas y, por consiguiente, con el conjunto del proyecto, alargando sobremanera el ciclo de vida útil -en cuanto a ventas, y, en síntesis, rentabilidad- del producto ofertado.
Mi hipótesis se ve reforzada por el hecho de que, más que por la sucesión de escándalos de signo extramusical en que devendría la existencia de Michael desde 1993 hasta su deceso -que también incidió, qué duda cabe de ello-, o como resultado de un declive crepuscular en sus prestaciones artísticas en su última década en ejercicio -que, para mí, no fue tal, en base al material que fuimos conociendo, episódicamente, entre 2001 y 2009-, Jackson comenzó a perder comba en la acogida y recepción multitudinaria de sus obras finales, por parte de potenciales consumidores y/o compradores interesados en su conocimiento de las mismas, coincidiendo con la paulatina desaparición de sus temas de nuevo cuño en las ondas, lo cual comenzó a manifestarse a partir de 1996, cuando, por motivaciones a todas luces incalificables, y tras un año anterior -1995- bastante prometedor en ese sentido, la compañía discográfica frenó en seco cualquier tentativa de preservar a HIStory en el candelero, o no atinó en el método certero de mantener su viralidad, permaneciendo en el escrutinio del ojo público (fundamentalmente, en el crucial mercado estadounidense, eje principal sobre el que siempre ha pivotado la industria), impidiendo la consecución de un rendimiento superior al que, de todos modos, finalmente obtuvo. No en vano, mientras que, durante la práctica totalidad de los ochenta, Jackson abanderó el listado de ventas despachadas a nivel global (o figuró, a lo sumo, en segunda posición, con carácter anecdótico y breve) y en gran parte de la de los noventa hasta 1997 (sí, inclusive en el período posterior a la primera formulación de acusaciones por abusos), a mediados de 1998, cayó con estrépito, hasta verse excluido, súbitamente, del top-10, al que no se auparía de nuevo nunca más. La etapa en la que, precisamente, el eco de sus prestaciones de mediados/fines de los noventa comenzó a apagarse en los espacios de difusión necesarios para conservar, en términos de vigencia, resintiéndose la impronta vendedora de sus creaciones, a disposición de una audiencia multitudinaria, plural y transversal, tal y como había venido disfrutando desde 1979, hasta, como comentaba, 1995.
¿Atruible, esto último, a una pérdida de aliciente, profesada por el público promedio hacia su evolución como músico, en términos netamente vinculados a su oficio, que no relativos a su vida personal? ¿A que el fuego del misticismo, avivado en torno a su figura durante, como mínimo, tres lustros, a partir de certezas, medias verdades, enigmas irresolubles y bulos intencionados que azuzaban la polémica y que redirigían las miras hacia él, como hombre-noticia, se había marchitado, tras haberse explotado al máximo el filón, mientras medió la oportunidad para ello? ¿A la caída abrupta de su reputación, como pasto predilecto de la, siempre ávida de carnaza sin escrúpulos, prensa sensacionalista? ¿O a un simple proceso, sempiterno y en constante activación, en bucle, de reemplazo generacional de ídolos y pósters en continua mudanza, supliendo a los clásicos asentados por aquellos imberbes a los que las terminales mediáticas sugieren venerar, a conveniencia, puesto en práctica por cada hornada generacional en ciernes, desbancando a la inmediata predecesora, que afecta invariablemente a todos (a Jackson, en 1997), incluso a los más grandes del firmamento pentagrámico orientado al consumo popular de masas, como el que nos ocupa? Una experiencia similar ya vivieron otras leyendas de índole similar, tales como James Brown, Diana Ross, Stevie Wonder, o Bruce Springsteen. ¿Ley inexorable de vida?
Asimismo, la decisión de no acompañar con una gira el respaldo otorgado al disco afectó de igual manera a la repercusión mediática de un proyecto poco trabajado en ese punto, pues la apuesta por la fórmula de los conciertos, bajo una retroalimentación adecuada y convenientemente bien focalizada, consigue que el espectador, atraído por la oferta cultural que se le brinda, acuda a los aforos a presenciar su representación gráfica y visual, animándole, si cabe, a fidelizar con una pieza concreta de un álbum, radiada previamente hasta la saciedad, o con el mismo conjunto de temas que conforman un lote completo considerado en su totalidad, repercutiendo, en puridad, en su respuesta favorable al reclamo publicitario que, en sentido previo, se le ha deparado en bandeja.
De todos modos, tal y como demostró en su actuación por duplicado en Nueva York en septiembre de aquel desdichado año para la geopolítica internacional y que tanto ha marcado el siglo XXI, Michael no se hallaba en condiciones mínimamente óptimas como para encarar un desafío de semejante envergadura, como el de prodigarse, equipaje en mano y de vuelta al asfalto, en la línea de salida hacia una enésima travesía por los cinco continentes en casi un centenar de actuaciones, como llevara a cabo en ocasiones pretéritas. Yo siempre he partido de la premisa, quizá equívoca, de que, en junio de 1999, con su caída desde el elevador, estampándose contra el suelo del escenario resultando milagrosamente ileso, y mientras caracterizaba el tema Earth Song, en Corea del Sur, asistimos al fin de Michael Jackson como exponente pop en plenitud de facultades físicas, dadas las secuelas que, como conocimos más tarde, contrajo a resultas de dicho desafortunado incidente.
El dolor sufrido en aquel malaventurado lance del destino alentó el consumo de opiáceos para atenuarlo, principiando una suerte de dependencia a los mismos, que iría alejando a Jackson de los hábitos de entrenamiento y tonificación que, hasta 1999-2000, había observado desde sus primeros albores, hasta desembocar en una falta de forma más que evidente en 2001, únicamente subsanable por la regla elemental de que los genios más virtuosos en una determinada disciplina, en este caso, el baile, por muy poco rodados que se encuentren en un punto momentáneo de su trayectoria, compensan dicha adversidad con la aportación innegable de talento contenido en sus zapatos, un atributo que, quien lo atesora, jamás llegará a olvidarlo, por más que las circunstancias en lo anímico, emocional y fisiológico no le acompañen. Y si no, que se lo pregunten a Usher. Así, más que para grandes eventos, Jackson, relativamente centrado, podría haber desplegado un óptimo desempeño en actos selectos y muy meditados, televisados, en no gran número, destinados, en cambio, a un público receptor masivo, con el objeto de dosificarse al máximo y no malgastar energías en esterilidades e imposibles, dada la situación.
Por último, el componente artístico de la obra. ¿Invincible se hallaría, objetivamente hablando, a la altura de su legado precedente? Evidentemente, no. Una inadecuada selección de temas, en determinados supuestos (algunos descartes habrían encajado mejor en detrimento de otros, imprimiendo un bagaje más consistente a la terna final resultante, como Xscape, Blue Gangsta, A Place with No Name, Another Day, o We've Had Enough) y la concurrencia múltiple de excesivos compositores y productores que desnaturalizaron en cierta medida la concepción inaugural del proyecto lo explican. También, la ardua tarea, cada vez más laboriosa y compleja, de superarse a sí mismo, cuando, quizá, su margen de evolución como emblema pop -sin traicionar por el camino su código propio referencial- se hallaba, cual círculo virtuoso, próximo a su cierre. En Dangerous alcanzó la estandarización de su sonido, depurándolo aún más, si cabe, tanto en HIStory -gran epitafio a toda una andadura legendaria-, como en los cinco temas inéditos de Blood on the Dance Floor: HIStory in the Mix (al fin y al cabo, al entrañar muestras desechadas de sesiones del pasado, rescatadas para la causa).
En 2001, con el advenimiento de otra década y de un nuevo siglo y milenio, Michael debía redefinir su propuesta, lo cual había aparcado y pospuesto seis años atrás, durante la etapa de HIStory, sirviéndole el estado de indignación, impotencia y rabia contenidas tras la indigestión del linchamiento mediático de 1993, como estímulo creativo a la hora de garantizar que la muesca del revólver siguiera, una vez más, girando con hábil precisión. Y, he de añadir, con notable e indudable acierto.
Pero, siempre que sobreviene un álbum de connotación personal, encargado de alterar, o quebrar, el continuum lógico adoptado, en condiciones normales y hasta entonces, por una andadura en continuo crescendo, viéndose aquejada a partir de ese instante por dicha accidental distorsión, debemos prestar atención a su secuela, para poder inferir las posibilidades de progresión, y los límites deducibles a ello.
Albergo el íntimo convencimiento de que Michael, a pesar de grabar un acopio de demos superior al de otrora otros tiempos (en teoría, más fecundos) durante las sesiones preliminares a Invincible, no sabía a ciencia cierta hacia qué senda conceptual (o idea-eje) canalizar la obra sucesora de HIStory, captándole en una fase de su vida en que debía atenerse a otros compromisos más acuciantes para él -la crianza de sus hijos-, o sumido en los prolegómenos de su disipación postrera, amén de la negativa de los ejecutivos de Sony a acoger su propuesta de origen para el disco, aviniéndose a colaborar con representantes en boga del sector (y con un caché inadecuado, en cuanto a formación, experiencia y logros meritorios, para su estatus) con quienes, presumiblemente, no habría entrelazado vasos comunicantes.
Y, por ello, en medio de la turbación, las dudas, los interrogantes, y, sobre todo, los plazos que iban estrechándose para tomar una decisión, habida cuenta de la macroinversión ya desembolsada, optó, sin demasiado convencimiento, por una mezcolanza de canciones de dispar género, exhibiéndose una pretensión de álbum concebido para el simple propósito del entretenimiento -orillando las pretensiones metafísicas que latían en otros, como HIStory-, sin un rumbo claro y definido, trasladando, entre lo que se venía anunciando a bombo y platillo y la realidad de lo finalmente escuchado, una suerte de disonancia cognitiva en el respetable que se tradujo, para muchos -no para mí-, en decepción.
No obstante lo anterior, el impacto en ventas no guarda conexión, necesariamente, con la calidad del proyecto. Así, en un contexto de analogía similar al de los noventa, Invincible, tal y como aparece personificado en su libreto, habría recabado, en 2001, los dos dígitos de millón de unidades (aproximadamente, unos quince, cifra algo inferior a la de HIStory). Napster hacía infligido daño al mercado discográfico, desde su aparición en 1999, abriendo nuevos horizontes de adquisición, por vías ajenas a la ley de la oferta y la demanda, en términos de gratuidad, ocasionando un roto y descosido al sector. Pero, en 2001, la cuantía de los diez, quince, veinte millones de copias a escala mundial se tornaba, todavía, una aspiración ajena a la utopía. Shania Twain, The Beatles (con su recopilatorio editado en 2000, 1), Santana, Linkin Park, Eminem o Norah Jones, por ilustrar algunos ejemplos, pueden atestiguarlo.
Pero ello no obsta para que las cualidades de Invincible sean estimadas de modo notable en su justo término, ameritando el que, aun con los obstáculos, propios y ajenos, que fueron interponiéndose y cruzándose en el camino de Michael durante aquellos procelosos años, nos fuera dispensado un trabajo digno de apreciar, para el disfrute de los melómanos amantes de la buena música.