Nueva historia de Neverland. Preciosa, como siempre.
A veces, son esas pequeñas cosas…
He tenido la suerte de poder haber visto muchos lugares increíbles desde el Monte Fuji hasta Jungfrau. Desde el original Starbucks en Seattle a un acogedor club en San Petersburgo, Rusia. El Half-dome (cúpula de granito) de Yosemite hasta el Ferial de Minnesota State Fair. Desde EPCOT hasta Positano, en Italia. Todos son lugares bellos por derecho propio, y no se pueden comparar unos con otros.
Algo así es lo que siento por Neverland. A la gente se le escapa a menudo gran parte de la magia de ese lugar. Déjenme darles un ejemplo tosco: Si preguntan a una persona por la calle cual es su canción favorita de MJ, dirán seguramente Thriller, Billie Jean o Beat It. Canciones todas increíbles. Pero se olvidan de muchas joyas ocultas en su catálogo. Pregunten a un fan algo más curioso la misma cuestión y se encogerá ante tamaña pregunta. Moscow, Heal the World, Closet, Butterflies, We’ve Had Enough… y la lista sigue y sigue.
Neverland tenía una característica similar, al menos para mí. Sí, a todo el mundo le encantaba el cine, el carrusel o los elefantes. Pero Michael escondía a la gente muchos tesoros que probablemente pasaban por delante de sus caras. He compartido historias sobre los pajaros cantarines que creamos y los grillos, pero me he topado con una foto del carruaje de caballos que me ha llevado, de repente, bastantes años atrás.
Michael amaba a los animales, aunque siempre se ponía un poco nervioso con los perros. Nunca fui a montar a caballo con él (una especie de deseo que yo tenía), pero sé que adoraba a los caballos. Incluso insistió en que Neverland fuera vendida con los dos caballos en los que él y Blill Bray cabalgaron durante una visita al entonces Rancho del Sicomoro.
La parte dedicada a los caballos (Cowboy) en el rancho estaba un poco más lejos, en la parte trasera de la propiedad, y probablemente nadie llegaba tan lejos. El parque de atracciones es, comprensiblemente, la estrella. Si caminabas solo unos cientos de metros más allá, o pasabas los coches de choque, llegabas al zoo y a los establos de caballos.
Durante el apogeo de Neverland, que duró ciertamente unos cuantos años, estuvimos construyendo música y sistemas de iluminación casi tan rápido como Michael pensaba en nuevas áreas y proyectos. Siempre me dio todo el tiempo necesario para buscar nuevos proyectos, pero una vez que le presentaba una idea que le gustaba, no podía esperar a que la construyéramos. Un día estábamos en la colina poniendo música en el mirador y el siguiente estábamos añadiendo altavoces al sistema de música del Zipper.
No recuerdo exactamente la llamada de teléfono, pero en algún momento él compró un carruaje de caballos, o como lo llamábamos algunas veces, la Diligencia. No tengo ni idea de su historia o de la época que era, pero parecía muy vieja y original. No importa, me dijo que quería música en ella.
Y ahora, hay que mencionar algo obvio aquí, por si no se han dado cuenta. Una diligencia no tiene motor ni electricidad para colocar un sistema de sonido. Solo un caballo. Así que hubo que improvisar.
Diseñé un sencillo pero potente sistema de música montando un reproductor de CD (¿¿se acuerdan de los walkman de Sony??) en un brazo de metal flexible, suspendido junto al cochero. Si se fijan bien en la fotografía, podrán verlo.
Después, tuvimos que construir un amplificador de 12 voltios y cuatro, sí cuatro, altavoces montados bajo los asientos. Todo ello alimentado por dos baterías enormes para barcos que se cargaban entre los pasajeros.
Yo ya sabía el tipo de música que le gustaba a Michael en Neverland (grababa todos los CDs yo mismo), así que no había nada que adivinar aquí. Llevé uno de los CDs de Neverland, lo puse en el reproductor y le llevé para que lo escuchara. Y no quiero presumir demasiado, pero fue, sin duda, ¡el mejor sonido en una diligencia que he escuchado nunca!
Tardamos unos cuantos días en diseñarlo y cosntruirlo, y como cualquier otro proyecto en el que trabajé con Michael, estaba impaciente por enseñárselo cuando estuviera terminado. A él le encantó. ¡Un trabajo bien hecho!
Pero, ¿resulta terriblemente excitante poner música en un carruaje de caballos? Bueno, quizás no, pero esto es en lo que tropieza mi mente cada vez que pienso en Neverland. No estaba solo yo allí. Habían artistas y constructores, pintores y paisajistas, floristas y albañiles. Había arte, música y belleza en todas partes. Michael estaba por todas partes. Podías sentirlo. Podías sentirle.
Yo solía quedarme hasta tarde en Neverland, porque me gustaba estar allí cuando oscurecía. Los trabajadores se marchaban y yo me quedaba una hora más para ajustar un poco el nivel de los altavoces en los coches de choque o el ecualizador del carrusel. Quería que todo estuviera perfecto para cuando llegara el siguiente grupo, y simplemente me gustaba estar allí.
Cuando oscurecía, si no había invitados en la propiedad, Neverland se volvía increíblemente oscura y casi mágica. Entonces podía escuchar los pájaros, los grillos, las reconfortantes notas de Debussy sonando por el lago desde los innumerables altavoces que colocamos por todo el rancho, y daba un paseo y disfrutaba de todo. El parque podía estar encendido o apagado, dependiendo del día o del evento. Pero, de vez en cuando, veía “mi” carruaje saliendo a dar una vuelta de prueba. La música sonaba y el cochero siempre me saludaba con una sonrisa o me permitía subir para dar un paseo.
Tanto que asimilar. Tantos detalles. Una increíble tarea de amor y aun asi, algo tan sencillo y pocas veces utilizado como un carruaje, recibia atención completa. Así era Michael.
Brad Sundberg
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