I see man, debe ser lo que dices que los comentarios serían-en tanto que los short films oficiales-masivos daría posiblemente lugar a mucha polémica por lo que señalas, pero no sé los concerts de sus giras que recuerde no está desactivado, y otros muchos videos sobre él a nivel de músico y/o mas personal que pululan a dia de hoy por youtube y pags del estilo.
Gracias por contestar por cierto.
pd: y bueno, abusando de tu característica actitud solícita, sabrías comentarme algo sobre cuando piensas que los juanes (así llamo a John Branca y el otro John ¿MacClain era?) se largen de una puñetera vez:| y con suerte alguien con mas criterio pueda manejar el legado de MJ para que l*s fans del mundo podamos disfrutar al fin, en un futuro a medio plazo al menos, de joyas que aun quedan por publicar inéditas y/o reediciones en condiciones de sus discos.
Como digo yo espero, albergo la fundada esperanza- que sea el primero de sus hijos Prince quien se haga cargo.
Muy interesante, pussycontrol, el planteamiento sobre el que te pronuncias, así como muy prolijo y extenso en cuanto a la amplia gama de matices y consideraciones a esgrimir en ese sentido, aunque, y contrariamente a mi tendencia habitual a extenderme hasta el paroxismo, voy a procurar mostrarme escueto y breve al respecto.
En Prince Michael concurren dos aspectos señaladamente positivos en su haber: el primero de ellos, la juventud, una etapa en la que el deseo de verse cumplidos los sueños anhelados como metas finalistas a alcanzar, y con los que sentirse autorrealizado un individuo, se complementa con la ambición propia de la vitalidad, la energía y el derroche de inventiva, de ilusión y de constancia de quien acaba de emprender su senda vital, en la búsqueda de su particular sino. Y la segunda, y más trascendente, su condición de vástago del propio Michael Jackson, lo cual, no garantiza, ni mucho menos, competencia y/o probidad en el desempeño de una determinada responsabilidad, máxime de tamaña envergadura como la de la asunción de las riendas del legado personal y artístico de su padre, pero sí, como consuelo, que, en principio, el apego afectivo a su preceptor juegue un rol esencial, a la hora de que el factor estrictamente pecuniario no termine absorbiendo todos los recursos encaminados a la producción de nuevo material, o reedición de trabajos preexistentes, con el que perpetuar en la memoria colectiva la impronta y, por ende, la visión que pretendía transmitirnos Michael, a través de su obra.
Si Prince Michael portara la tentación, algún día, de dar un paso al frente y adquirir los derechos, en el momento presente, en manos del Estate, tendría, como requisito sine qua non, que cumplir dos premisas básicas, indispensables, para mí, para su efectiva y óptima gestión: 1. Adquirir conocimientos especializados en management empresarial y gerencial, para así obtener la experiencia y pericia necesarias en un ámbito profesional caracterizado, en la mayoría de ocasiones -y mi propia experiencia así lo acredita y avala-, por la sagacidad, la inescrupulosidad y la ventaja experimentada por ávidos y codiciosos jugadores que empeñan su superioridad frente a otros competidores, en base a unas reglas de juego en las que compiten con las cartas marcadas. 2. Una vez conseguido el punto anterior, congregar y saber delegar la parte del cometido artístico en un equipo de trabajo cualificado, con experiencia en el sector y que se pudiera guiar -algo utópico, aunque, en mi opinión, no muy complicado, dado el alcance global de la música de Michael Jackson y su influencia intergeneracional en la mayoría de rincones del planeta- en torno a criterios de verdadera vocación de servicio y adhesión a la salvaguardia de la imagen del Michael artista, aparte de refundir ésta con su faceta personal, conformando una unidad, un todo, plenamente reconocible, definido y creíble, a ojos vista del público, no sólo actual, sino, y con mayor razón en la lógica de tal actuación, futuro, garantizando consigo que la música y filosofía jacksonianas no perezcan al hacer lo propio quienes, en vida, disfrutaron de su mensaje.
Sin embargo, de lo que sí disponemos de información cuantiosa y suficiente es de la rendición de cuentas resultante de la gestión del binomio Estate/Sony en los últimos siete años. Y no cabe sino expresar una valoración manifiestamente aciaga, otorgando un suspenso inapelable al tratamiento con que ha sido procesado el timón de una nave en el que, muchos seguidores, ya intuyen, cuando no han constatado con la confirmación de sus peores temores, de que el aspecto puramente marketiniano ha invadido cuasi todas las esferas del mundo Jackson, dejándose de lado postreramente otras consideraciones no menos relevantes, como aquéllas que sostienen la perdurabilidad, en la retina de la mente, de todo cuanto el dinero no puede germinar por acto espontáneo: la satisfacción derivada del trabajo bien hecho, proyectado con devoción y confianza en lo que se hace y transmite, y orientado al bienestar del público.
Hoy, lamentablemente, el enfoque que prevalece es otro bien distinto: en aras de una mayor eficiencia, se destina todo el empeño productivo en la contención de costes, pues se parte del convencimiento de que un beneficio mayor garantizará, per se, la continuidad del output generado y, por consiguiente, de la empresa artífice de su gestación y desarrollo.
Pero lo que sirve, como regla general, en el sector terciario en los bienes de equipamiento y de consumo de masas, ha terminado impregnándose en el mercado cultural -y dentro de él, el discográfico-, cuando en éste último siempre han intervenido y mediado rasgos y atributos incuantificables y que no se pueden medir, ni calibrar, en base a parámetros de coste/beneficio y productividad: me refiero con ello a los campos en que confluyen las emociones, las vivencias personificadas en una canción con la que una persona asocia un determinado pasaje de sus recuerdos, los sentimientos..., en síntesis, de todo cuanto nos forja como colectivo social, haciéndonos más humanos.
Durante un tiempo, no muy remoto ha, ambos caracteres parecieron converger en una misma dirección: la comercialidad no se hallaba reñida con la calidad, con el entusiasmo derrochado en un proyecto, el cual se juzgaba crucial en la andadura de un solista en ciernes o consagrado, o de un grupo dispuesto a superar todas las barreras infraqueables y puertas blindadas, a fin de ver consumadas sus aspiraciones más implícitas: la inmortalidad, esto es, abrirse camino y formar parte de los libros de historia, aun en un simple renglón e inciso, como prueba de la aportación útil y valiosa a una sociedad a la que se servía, por amor a la causa, o como medio necesariamente previo a la conquista de un propósito ulterior, la fama y la notoriedad. Si eras conocido y célebre en tu disciplina, era producto, casi en la práctica totalidad de los casos, por haber contribuido meritoriamente en la misma.
Pero en la era civilizatoria en la que nos hallamos inmersos, desde 2000 (aproximadamente), en plena efervescencia del modelo orwelliano del Gran Hermano universal, en la que la venta de la dignidad, mediatizada para el jolgorio del pasto acrítico de semovientes espectadores que se regocijan con su visionado, en tiempo real, acarrea la instantánea -y, mayoritariamente, fugaz, de usar y tirar- vitola de famoso a todo aquél capaz de airear sus vergüenzas sin pudor alguno, ha propiciado un gran desincentivo para los infantes que, desde su más tierna infancia, se habrán preguntado: ¿qué necesidad cabrá de esmerarse con tesón y sacrificio en un trabajo poco estimado socialmente, mal retribuido y sin perspectivas de futuro, pudiendo ceñirme a la máxima del mínimo esfuerzo, acogiéndome a vías conducentes al enriquecimiento fácil y rápido?
De ahí la lógica subyacente: si la tecnología, aun con sus notables avances en comunicación interactiva y derribo de fronteras, ha mermado la espontaneidad y la inspiración del talento en los seres humanos, el párrafo precedente ha extendido sobre el subconsciente del individuo el cinismo y la deontología del mínimo esfuerzo, indispensable en la consecución del objetivo perseguido, pero carente del valor intrínseco determinante en las producciones predestinadas a perdurar para siempre entre nosotros: la magia, que marca la diferencia entre la excepcionalidad de lo inusual y que deja su huella indeleble en los corazones y las conciencias de quienes lo presencian, y lo común y mundano, olvidable por el connatural devenir de los acontecimientos.
Y de esa manera de entender y concebir la vida, aplicable al mundo del trabajo, la entente Estate/Sony se muestran sobradamente expertos. De acuerdo con mi criterio, ninguno de los lanzamientos editados post-mortem ha colmado mis necesidades, como usuario, de un modo pleno e indiscutido.
Michael Jackson: the Experience (2010) y
Bad 25 (2012) se aproximarían a mi concepción ideal de lo que debería suponer, en teoría, la entrega de un material mínimamente acorde a sus estándares, aunque concitaron errores parciales, imperdonables, únicamente habiendo atinado sus responsables, con pinceladas de sentido común, a consideraciones menores que, de haber sido advertidas y subsanadas en tiempo y forma, hubieran permitido el salto cualitativo que difiere a un producto de la notabilidad, a la excelencia.
¿De qué adolece, a modo de ejemplo,
MJ: the Experience? De alma. ¿En qué se traduce esa percepción tan subjetiva e intangible? Muy sencillo: disponían, en Ubisoft, de un referente claro en el que inspirarse:
the Beatles Rock Band, de EA Interactive. En lugar, por ilustrar un aspecto del juego de MJ que no terminó de convencerme, una sección estéril de entrenamiento con algunos coreógrafos, habilitar una sección de biblioteca multimedia con la que descubrir, y desentrañar, los entresijos de los álbumes de estudio de Jackson, curiosidades de los mismos, alguna sesión de grabación inédita, u otras variables en dichos términos que permitieran otorgarle el estatus a
The Experience de reliquia de valor incalculable, imperdible para todo seguidor de Michael, y no la de simple pasatiempo de entretenimiento presto para ser jugado en familia.
¿Y con
Bad 25? Los remixes. El de Pitbull, con estrofa en el puente incorporada, sencillamente lamentable.
Rockin Robin se mostraba muy certero, con motivo de un comentario que expresó tiempo atrás. El Estate/Sony tendría, desde 2009, que haber velado por la trazabilidad de la siguiente hoja de ruta:
a) Proveerse del registro de canciones inéditas de Michael Jackson.
b) De atesorar en su mano tales piezas, verificar su autenticidad, estado de conservación y finalización.
c) De no cumplirse el epíteto anterior, negociar con los propietarios, particulares o de cualquier otro género, la tenencia de las restantes.
d) Diseñar un cronograma de publicación de proyectos póstumos, viable tanto en lo económico, como en lo artístico.
e) Remasterizar los cortometrajes de Michael Jackson, aun preservándose la escala 4:3, en los supuestos en que ésta fuera la escogida en el momento de su filmación.
f) Lanzar, en alta definición, algún DVD y/o Blu-Ray, de algún concierto emblemático de Jackson y no suficientemente conocido por el gran público, como el
Triumph Tour, o el
Victory Tour.
g) ¿Que el Estate/Sony consideraba comercialmente rentable pulir alguna demo de Jackson, pudiendo competir en el mercado discográfico vigente con visos de garantía? Ningún problema. Debiendo, no obstante, discriminar previamente entre aquellos temas objeto de inclusión en reediciones de aniversario conmemorativas de discos oficiales, de aquellos otros dispuestos a figurar en algún nuevo trabajo.
h) No generar depauperadas versiones de canciones, tales como
Xscape,
A Place with No Name, o
Blue Gangsta, cuando se hallaban plenamente depuradas y perfiladas por completo. Anteponer la calidad, en detrimento de la ventas a cualquier precio.
En resumidas cuentas: el Estate/Sony se dejó tentar por el intrépido ánimo de lucro tras el deceso de Michael, en la fundada creencia de que, aprovechando la tendencia mitificadora que envuelve a todo músico fallecido, permitiría cuadrar el saldo de sus cuentas en tiempo récord y, no se nos olvide, disipar el sentido halo de orfandad de los seguidores de Jackson, quienes conllevaban una década ominosa plagada de sinsabores y escándalos, amén de una inactividad musical que se remontaba a 2001, con un álbum,
Invincible, que vio muy pronto cercenadas sus alas. Y con ello han promovido e impulsado artefactos que, a la postre, no han hecho sino acentuar el hastío y cansancio de un público muy decepcionado con el rumbo, en cuanto a lanzamientos, de la marca Michael Jackson desde 1995, marcado por la existencia de remixes por doquier, recopilatorios enésimos, pistas apócrifas y hologramas vacuos.
She's Trouble,
Nite Line, o
Hot Street, tendrían que haber sido incorporados en
Thriller 25 (2008), en vida de Michael. Y
Serious Effect,
If You Don't Love Me,
She Got It,
Work That Body y otros, en
Dangerous 25, el último y más reciente error mayúsculo, de torpeza infinita, por parte del Estate/Sony.
Leí tiempo atrás a alguien, por estos lares, depositar su esperanza en la edición de
HIStory 25. Que aguarde sentado. Si con un álbum tan icónico como
Dangerous no han obrado de ese modo, ¿por qué habría de presagiarse un resultado diametralmente opuesto con aquél?
El episodio contraído con el IRS ha constituido la última gota que ha conducido al derramamiento de un vaso ya suficientemente sobrecargado de tensión. Que los dueños del patrimonio de Jackson hayan devaluado artificialmente, y contrariamente a los informes del citado organismo público, su valor, con la artera pretensión de no cumplir debidamente sus responsables para con la Hacienda Pública de dicho país raya el límite de lo tolerable, social y estéticamente. Pues no olviden que quienes han hecho realidad la suma astronómica del que hoy se jacta Branca, han sido los contribuyentes, a quienes se les va a denegar la redistribución de las inversiones que van a cesar de recaudarse por el Estate, en políticas directamente entroncadas con el bienestar social de la población. Un quebranto de libro de la Responsabilidad Social Corporativa que, como persona jurídica, tendría que observar con especial celo y dedicación, para así traducir en la práctica la apuesta de Michael, en pos de un mundo más justo y solidario.
Por lo tanto, como Rockin Robin. Que permitan sus albaceas reposar su legado, que los espectadores se centren en la discografía prolífica que nos dispensó en vida (tanto en el grupo familiar, como en solitario), y que gocen del lapso de tiempo necesario como para refrescas ideas. Aunque, dados los antecedentes conocidos...
Me detengo porque, como de costumbre, he entrado en la consideración de que he incumplido inveteradamente mi promesa, como siempre: me he excedido argumentalmente hasta la extenuación. Espero que, al menos, disfruten de su lectura.
Un cordial saludo.