Michael, cuánto me hubiese gustado decirte que no eras tan extraño como decían, eras la persona menos rara que conocía. Yo también soy muy sensible al dolor, nostálgica de acontecimientos de ensueño, melancólica de un mundo de idealismos que no está nada cerca del nuestro. Yo también he dado mucho amor, demasiado amor gratis, y jamás he odiado a nadie pero cuántas han sido las puñaladas que han desangrado ese amor incondicional por los demás. Y mientras la sangre brotaba a borbotones de mi deshojado corazón intentaba convencerme de que el egoísmo es el camino más directo a éxito, para qué dejar mi piel en el intento de hacer mejor a los demás con mi cariño, para qué luchar por unas amistades que para el alma son esenciales pero estúpidas para el ojo ajeno. Y aún así (cómo tú sabías) el perdón, la empatía y la esperanza de poder curarlos de su ensimismado interés, me obligaban a seguir regalando mi amor, esperando el nuevo golpe, sí, pero y qué, si esta es mi ley.
Por eso, Michael, a través de tus palabras, tus gestos, tu arte, te sentí como propio, compañero mío en una campaña abocada al fracaso en este inmundo universo de humanos. Te cogía de la mano porque eras mi amigo en la distancia, me sentí tan igual a ti. Te conocí desde siempre porque nacimos hablando el mismo lenguaje, románticos perdidos en nuestro propio mundo de sueños.
¿Quiénes son ellos para condenarte de excéntrico, quiénes son todos los que no saben de la inocencia del alma enamorada de las cosas más elementales , esos corazones ciegos que juzgan ignorantes, faltos de amor, perdidos en su lucha por conseguir galardones ganados a través de la codicia y la envidia? Hipócritas faltos de moral, nadie para mí.
Por eso, Michael, estés donde estés ya no entristezcas, siempre has estado por encima de ellos y ahora has partido a tu mundo soñado donde nunca serás juzgado, adonde tú perteneces, querido mío.
UN ABRAZO MUY FUERTE PARA TOD@S, DE CORAZÓN.